Leland Stanford clavó el clavo de oro ceremonial. Stanford fue el jefe de una de las dos empresas que construyeron el ferrocarril. Hoy día, el clavo de oro se encuentra en una vitrina de la universidad que Stanford fundó en California. El martillo que clavó el clavo en la vía y un clavo de plata usado en la ceremonia también están expuestos en el centro de arte Cantor de la Universidad de Stanford.
David Pendleton, maestro de cuarto grado en Utah, visitó el museo el año pasado. Le entusiasmaba la idea de tomar una foto del clavo de oro para mostrárselo a sus alumnos.
“Todos los que han crecido en Utah conocen la historia del clavo de oro y el ferrocarril transcontinental—explicó Pendleton—. Es algo que enseñamos en la escuela todos los años”.
Pero la exposición le decepcionó. El clavo de oro ni siquiera tenía una etiqueta que explicara lo que era. Pendleton sabía que el clavo y las otras dos piezas arqueológicas del ferrocarril son motivo de orgullo para los habitantes de Utah. Creyó que los objetos recibirían el trato especial que merecían en su estado natal.
Pendleton decidió involucrar a sus alumnos de la escuela secundaria Neil Armstrong. En febrero les habló de su viaje.
Luego compartió con ellos su gran idea: La clase iniciaría una campaña de envío de cartas. Esperaban conseguir el mayor número posible de personas que escribieran cartas a los funcionarios de Stanford. Su objetivo era traer el clavo de oro de vuelta a Utah.