Un caluroso día de agosto de 1958, Ayanna Najuma, de 7 años, y unos diez niños más entraron en la farmacia Katz de Oklahoma City, Oklahoma. Se sentaron en la cafetería y trataron de pedir algo, pero las meseras les ignoraron. Los niños pasaron horas sentados. Nadie les atendía por una razón: Eran negros.
El restaurante era uno de tantos en la ciudad que se negaban a servir a las personas negras en aquel entonces. Ayanna y el resto sabían que no les servirían. Pero no habían ido a comer. Protestaban contra la injusticia. Querían acabar con la segregación, la separación forzosa de las personas por el color de su piel. Los niños, que tenían entre seis y diecisiete años, realizaban un tipo de protesta llamada sentada.
“Nos dijimos: ‘Queremos un cambio. ¿Por qué esperar? Hagámoslo ahora’”, recuerda Ayanna.